La naturaleza intocada no existe *
Cuando hablamos de naturaleza, se nos viene a la cabeza la gran postal montañosa de bosques intocados y ríos magníficos, las altas cordilleras blancas, las playas intocadas, el animal salvaje, el puma, un humano desnudo, un retrato indígena.
Lo natural no reside en un lugar, reside en una condición, de saber nacer y morir espontáneamente. Lo natural habla de un orden de tiempo y dirección. Un bosque nativo habla de naturaleza, ya que configura un orden sumamente complejo, misterioso y bello. Asimismo, un desierto y así mismo un cuerpo Selknam desnudo sobre la nieve.
Cuando me hablan de naturaleza visualizo más un grupo de gauchos carneando un animal para alimentarse que una gran gigantografía de Torres del Paine. Pero hoy veo muchas personas que atacan el primer acto y alaban esas postales. Creo que esto es muy complejo, ya que cuando se habla de la naturaleza desde la visión “paisaje intocado” se configura un ideal natural poco real, dejando de lado la experiencia concreta de ese habitar.
Volver a la naturaleza es recuperar una historia de amor, pero también de crudeza con ella; es volver a esa dinámica donde mi existencia depende de un modo de habitar natural. De otra forma, sería un ir y volver a lo natural y eso no conduce a nada positivo. Tenemos que traer las dinámicas naturales a las ciudades para acabar con lo artificial, no llevar la urbanización a la naturaleza, ya que estaríamos condenándola a lo inerte.
Esto es un proceso dinámico y lento, las transiciones siempre pecan de inconsecuencias, ya que los procesos sociales/tecnológicos jamás son de golpe, son siempre en un “espacio”. La palabra crea realidad, por lo que uno de mis énfasis, dentro de mis capacidades y límites humanos/culturales, es transmitir que la naturaleza no es un lugar, es una dinámica y aquella dinámica, que solo se puede encontrar en la experiencia real del habitar natural, nos puede revelar el cómo afrontar nuestra crisis.
Ese habitar natural tiene que ver con los quehaceres concretos que demanda la existencia: el cosechar/faenar, el cocinar, el comer, el dormir, el expresarse, el explorar, el construir. En cómo abordemos estos quehaceres se configura un tiempo y un sentido. Dependiendo de cuán espontáneo y cíclico o eficiente y lineal sea ese tiempo y esa dirección, es que podemos definir su naturalidad o infertilidad.
Por tanto, según mi perspectiva, tenemos que primero comprender que este viaje a la naturaleza debe ser tanto físico como metafísico para poder entrar en un tiempo y un sentido diferente al que la urbanidad propone, ya que ahí reside la naturaleza. Es esa vivencia que puede despertar una conciencia profunda que pueda conservar nuestra esencia tanto humana como territorial.