La conservación incomoda *

Vastedades de territorios se conservan a lo largo de Aysén. Grandes movimientos públicos y privados resguardan esa belleza inmensurable e inabarcable. Gigantes de hielo. Verdes, rojos, amarillos valles. Agujas de piedra y granito. Mares de agua dulce, verde, cristalina y azul oscuro. Silenciosa y helada pampa. Quietud y tormenta. Inmensidad indescriptible. Todo aquello, día a día, se conserva más y más.

Al mismo instante, en aquellos bellos paisajes, transita la desintegración de la vida misma. Infancias y adolescencias son víctimas de un sistema en crisis. Sus habilidades socioemocionales, sus capacidades de sostener una vida ética, autónoma, sana y alegre se ven carcomidas por un sistema social y económico que socava hasta la última fibra de la humanidad. En este fin del mundo, en este destino premiado año tras año, en este rincón prístino, las juventudes se están viendo acribilladas por la ingratitud de nosotros mismos.

¿Entonces qué significa verdaderamente conservar? ¿Qué les mueve a esas miles de personas que vienen a custodiar la naturaleza prístina de Aysén? ¿Es la empatía con la vida silvestre o es un acto de estatus moral? Puede que sea un acto de consumo más de este capitalismo en ruinas. ¿De qué sirve conservar 1, 100 o 10,000 hectáreas si ellas no son habitadas por sus comunidades? ¿De qué sirve conservar una extensión de tierra a la distancia, si esa tierra no es fuente de regeneración social?

Una conservación deshabitada y sin arraigo territorial no tiene ningún sentido. ¿De qué nos sirve que más del 50% de la región esté conservada si las juventudes vecinas están sumidas en una silenciosa crisis de salud mental, de violencia verbal y física, de desarraigo cultural y territorial? Las conservaciones deben ser con las personas al centro; es un imperativo ético el cohabitar este mundo. Si un espacio de naturaleza no es insumo para la justicia social, entonces no es un espacio de naturaleza, sino un producto para el estatus moral de sus propietarios.

El territorio prístino y custodiado tiene un rol fundamental en la construcción del buen vivir para sus comunidades. Debemos replantear el concepto de conservación, ya que hoy más que nunca necesitamos habitar, y habitar éticamente. Para lo anterior, se necesita una profunda revolución en nuestra educación, ya que necesitamos una pedagogía que permita a las infancias y adolescencias asombrarse con la posibilidad de regenerar el quehacer vital de sus vidas, posibilitándoles imaginar un transitar ético, autónomo y auténtico por sus cotidianidades. Para ello, es urgente que habiten la naturaleza en el sentido práctico y concreto de la palabra. Es urgente que se relacionen con el bosque, el cortar leña, el faenar un animal, el modelar la arcilla, el prender el fuego, y tantas otras tareas delegadas por la debilidad moderna que nos atormenta.

No puede ser que este modelo jerárquico basado en el capital quiera conservar el suelo de Aysén, pero no así la cualidad humana de sus habitantes. No puede ser que cerremos los portones de las reservas de alto valor ecológico y dejemos a miles de niños y niñas al desamparo de esta globalización injusta y nefasta. Tampoco puede ser que abramos Parques Nacionales para el turismo y los extranjeros cuando no son fuente de transformación para las juventudes vecinas.

Si vamos a conservar, conservemos con los pies en la tierra, con las comunidades vecinas y resolviendo la injusticia social que este modelo socioeconómico nos depara. Todo lo otro es más de lo mismo.

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Juventud, Crisis & Naturaleza *